— ¿Cuánto falta? ¿Quince? ¡Será de Dios! No lo puedo creer… —el viejo de la boina volvió la vista hacia el piso de la tribuna y apretó fuertemente el parante con ambas manos.
— No digas pavadas Antonio, que falta un montón. Una más vamos a tener. —El otro viejo, de campera marrón, lo alentaba tratando de disimular su propia preocupación.
(...)
Siempre le parecieron curiosos los comentarios que hacían esos dos, como sacados de otro mundo y otra época. Los miraba divertido en sus intentos de cantar al ritmo de la hinchada, aplaudir alguna jugada o agitar el pañuelo que, sin importar si era invierno o pleno verano, traían anudado al cuello.
(...)
Fabio se percata del súbito silencio del estadio. Se siente abrumado por la repentina ausencia de sonidos. No hay murmullos, insultos ni cánticos. Un aire de tensión expectante envuelve a todos los presentes. Aire de secreto, de presentimiento y de espera. Mira de reojo la platea. Presiente algo. Busca con la mirada... y entonces lo ve. Su cerebro infantil demora un segundo en procesar lo que sucede.
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Encontrá el resto de la historia de Fabio en el libro "El paraíso de los errantes", y descubrí que papel juegan los viejos dentro del universo del libro. También disponible en ebook.
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